La principal característica de los lápices de
color es la luminosidad, se trabaja dejando entrever el fondo del papel,
aprovechándolo para sacar luces. La obtención de colores por mezcla se produce
en el ojo y no en la paleta. Si quieres un verde usarás un lápiz amarillo y
otro azul, aplicándolos suavemente y sin presión por superposición, empezando
por los tonos más claros, evitando el uso de la goma, que arrastraría el
pigmento produciendo manchas.
Las ceras son más densas y
opacas, se pueden empastar y mezclar sobre el papel, pueden aplicarse por
superposición o diluir con disolvente, se puede aplicar una capa de cola blanca
al acabar para proteger el dibujo y evitar que manche.
Su apariencia es igual a la de los lápices de grafito pero
su composición es a base de pigmento, que le aporta el color, caolín, tiza o
talco, que le aporta cuerpo y un aglutinante que le da el grado de dureza,
normalmente, se trata de goma arábiga, pero la composición varía en función de
las cualidades del lápiz. Los hay muy blandos, duros, acuarelables, al
pastel,...Cuando en su composición intervienen ceras, aceite de linaza y
pigmentos, el lápiz resultante es un lápiz graso, conocido como lápiz de cera.
Los procedimientos son los mismos del grafito pero con toda
la variedad de colores. Se pueden difuminar si son lápices blandos. Los
acuarelables permiten aguadas sobre el color aplicado en seco, también se puede
trabajar con el papel húmedo aplicando encima el lápiz. En general es
recomendable un papel satinado algo grueso y de colores que permitan ver el
trazo. Entre los más usados están el papel Guarro, Arches, Canson y Fabriano.
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